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  Más Allá de Bien y del Mal
 

                                      "MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL"




the view form the top of the mountain por lin[pho]citos.
Foto de Norberto F.S.


Trabajo realizado por: Lucía Prieto Castrillo
 


Introducción


“Más allá del bien y del mal” es la exposición de la filosofía de Nietzsche ya consolidada y madura. Sobretodo es una critica de la modernidad, de la filosofía cartesiana, de Kant, del neokantismo, y también por otros motivos del positivismo de su época. Su rechazo de la modernidad es radical por su concepción dualista de la realidad y por su olvido de la dimensión corporal del hombre que él va a tratar de reivindicar.
El positivismo aunque acierta dejando de lado el dualismo platónico, acaba por mostrar su insuficiencia para explicar el mundo, sobretodo la complejidad de la dimensión humana.
La expresión y método de la filosofía de Nietzsche está muy lejos de los tratados y sistemas filosóficos tradicionales de tipo metafísico.
Destaca además el especial tratamiento que hace de la moral, le da un papel mucho más importante que el que le había la modernidad, además de ser totalmente diferente a cualquier concepción moral anterior. El objetivo de su nueva filosofía será la formación de espíritus libres que creen valores morales..
El instrumento fundamental es la metáfora como trasportadora de un sentido que no es accesible desde el discurso científico o sistemático.
 
 
 
 
 La Crítica de la modernidad


Considera que todos los filósofos en alguna medida han sido dogmáticos. El peor dogmatismo es el del platonismo, en concreto, la invención del espíritu puro y el bien en sí. Esto significaría negar el perspectivismo, que es condición fundamental de toda vida. El platonismo y el cristianismo, que es el platonismo para el pueblo, han hecho “tensar los espíritus hasta la tortura”.

La voluntad de verdad es uno de los primeros prejuicios de los filósofos, sólo algunos se han atrevido a preguntar qué es esa voluntad de verdad. Pero Nietzsche quiere platearse una pregunta más radical aún: ¿cuál es el valor de la voluntad de verdad? ¿Por qué no querer más bien la mentira o la incertidumbre?
Según Nietzsche los metafísicos no han reconocido nunca que la verdad o la voluntad de esta, haya podido surgir de modo antitético de la mentira o la voluntad de engaño, con el argumento de que cosas tan excelsas no pueden tener un origen tan innoble, sino que han de tener un origen propio en el seno del ser, y no de las apariencias. Este prejuicio se encuentra en el trasfondo de todos sus razonamientos. Su creencia básica es la creencia en la antítesis de los valores. Sería la tarea de los nuevos filósofos poner en duda en primer lugar, que existan en absoluto antítesis, y que aquellos valores y sus antítesis no sean más que consideraciones superficiales. Además quizás deban atribuirle más valor a las cosas malas, y considerar que las buenas lo son precisamente en función de hallarse emparentadas con las malas, y ser idénticas esencialmente.
Considera que la conciencia es parte del pensamiento instintivo, la mayor parte del pensamiento consciente de un filósofo está guiada por sus instintos. Probablemente la mayoría de las consideraciones lógicas y metafísicas que están detrás de los razonamientos, son consecuencias del instinto de supervivencia de nuestra especie. Por ejemplo, es mejor la verdad que la apariencia, etc.
El nuevo criterio de valoración sobre los juicios que quiere instaurar Nietzsche ya no radica en su verdad o falsedad, sino en su utilidad para la vida. Reconoce que aquellos juicios que considera más falsos, entre otros los sintéticos a priori, son los más útiles para nosotros. La admisión de la no-verdad como condición de la vida es la característica fundamental de la filosofía que se sitúa más allá del bien y del mal.
Nietzsche desconfía de los filósofos porque no han caído en estos errores por infantilismo sino por falta de honestidad. Todos ellos simulan haber alcanzado sus verdades mediante el desarrollo de su dialéctica, pero Nietzsche los ve más bien como abogados de sus prejuicios a los que llaman verdades, y su dialéctica se desarrolla para poder defenderlos. Siendo así que el verdadero germen de toda filosofía son las intenciones morales del autor. No es, por tanto, el instinto de conocimiento el motor de la filosofía, sino que es un instrumento de los demás instintos, sobretodo del instinto moral.
Los estoicos pretenden crear el mundo a su imagen, como ocurre con las nuevas filosofías que son el instinto tiránico mismo, lo que Nietzsche llama la más espiritual voluntad de poder, de crear el mundo, de ser causa primera.
El nihilismo prefiere ante el problema de la verdad y la apariencia, la nada segura que algo incierto. Pero aunque estos gestos puedan parecer muy virtuosos, no esconden sino un alma desesperada y cansada. Los pensadores más llenos de vida toman la postura contraria, toman partido contra la apariencia y no conceden credibilidad ni al cuerpo ni al mundo exterior, quienes quieren volver a las ideas de la modernidad, al viejo Dios, el alma inmortal, etc.
Del “orgullo” con que Kant mostró lo que según él era lo más difícil que se pudo hacer en metafísica, encontrar una nueva facultad en el hombre, surgió un gran impulso en la filosofía alemana posterior. Se trataba de la facultad de los juicios sintéticos a priori. A la pregunta, ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?, se contesta, según Nietzsche con una nadería: por la facultad de una facultad. Nadería que Kant habría sabido esconder en su, profunda y llena de florituras, dialéctica. Nietzsche se burla de los jóvenes seguidores de Kant, de quienes dice que salieron a buscar facultades entre la maleza; Schelling, por ejemplo encontró la facultad para lo suprasensible, la intuición intelectual.
Para Nietzsche se trata de sustituir la vieja pregunta Kantiana: ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori? por ¿por qué es necesaria la creencia en tales juicios? Hay que comprender que para la conservación de nuestra especie, se debe creer que son verdaderos.
Se manifiesta contrario tanto al atomismo materialista, como al atomismo psíquico, que es aquella creencia que concibe el alma como algo indestructible, eterno, indivisible…
No es el instinto de autoconservación el fundamental de los seres orgánicos, sino la voluntad de poder, la vida misma es voluntad de poder. Para Nietzsche la física es más bien una interpretación del mundo y no una explicación, pero tiene a su favor la evidencia empírica que la hace fascinante y convincente, en una época de gusto plebeyo, que se guía instintivamente por el canon de verdad del sensualismo popular. El modo platónico de pensar sería aristocrático en el sentido de aquello que se opone a los sentidos y lo inmediatamente perceptible.
No existen certezas inmediatas, tales como el “yo pienso” cartesiano, etc. Tampoco el “yo quiero” de Schopenhauer resulta certero. Los filósofos suelen hablar de la voluntad como aquello que mejor conocemos. Y en este sentido Schopenhauer afirmaba que la voluntad era lo único que conocíamos totalmente. Según Nietzsche, Schopenhauer tomó un prejuicio popular y lo exageró. En toda volición, hay en primer lugar, una pluralidad de sentimientos, además de un pensamiento, inseparable de la volición que realiza la orden. Se debe considerar que la voluntad no es sólo un complejo de sentir y pensar sino también un afecto. La libertad de voluntad es el afecto de superioridad con respecto a quien tiene que obedecer. Aparte de otros muchos estados y sentimientos relacionados con ello. Puesto que en la mayoría de los casos hemos realizado sólo una volición cuando era lícito esperar el efecto del mandato. Se tiende a pensar que la voluntad y su
efecto son una misma cosa, lo que conlleva un aumento del sentimiento de poder que toda voluntad lleva consigo. Nuestro cuerpo no es más que una estructura social de muchas almas. Debe considerarse la voluntad desde una perspectiva moral, siendo la moral, la doctrina de las relaciones de dominio en que surge el fenómeno vida.
El sistematismo y el parentesco de los conceptos filosóficos hace que los filósofos que se consideran más dispares acaben siendo guiados por las mismas direcciones, lo que hace que su pensar no sea tanto un descubrir como un reconocer. De donde se sigue que los filósofos de diferentes áreas lingüísticas tendrán concepciones del mundo diferentes.
La causa sui es una contradicción y un sin sentido fruto del orgullo del hombre. No se deben cosificar la causa y el efecto como hacen los materialistas, sino considerarse puras ficciones, convenciones, para designarlos pero no como explicación. Cuando intentamos que estas ficciones que hemos creado, obren como cosas en sí, seguimos funcionando de manera mitológica. La voluntad no libre es una invención mitológica. En la vida real no hay más que voluntad fuerte o voluntad débil. La psicología como morfología o teoría de la voluntad de poder, debe llegar a ser la reina de todas las ciencias. Liberándose de los prejuicios morales.

Todo hombre selecto desea aislarse de la multitud por la excepción que es a ella, sin embargo un instinto aún más fuerte puede empujarle de nuevo a ella como hombre de conocimiento, pues ha de encontrar más interesante la regla, que él mismo que es la excepción. El filósofo ha de estar en contacto con la vulgaridad, a no ser, de tener la suerte de encontrarse con un cínico. El cínico vive conforme a toda su animalidad y vulgaridad, pero al hacerlo tiene todavía el grado necesario de espiritualidad como para hablar de sí mismo y sus iguales. El cinismo es la única forma en que las almas vulgares rozan la honestidad, a cuya voz debe estar siempre atento el hombre superior. Pero jamás debe escuchar a quien hable con indignación, que desgarra a sí mismo, a Dios o a la sociedad, pues nadie miente tanto como un hombre indignado. Es un privilegio de los hombres fuertes el ser independientes. Quien intenta serlo sin tener necesidad comete una
temeridad, se quedará aislado en su propia conciencia y ya no podrá regresar. Los conocimientos del hombre superior y el vulgar no son intercambiables, las virtudes del hombre vulgar serían vicios en el filósofo. El sentimiento por lo incondicional es el peor gusto de todos, el hombre ha de atreverse a ensayar lo artificial. El alma joven es de por sí inclinada a falsear y engañar. Cuando se vuelve sobre sí misma, torturada por continuas desilusiones, se enoja y se venga, como si hubiera tenido una ceguera voluntaria. Y toma partido contra la juventud, un decenio más tarde comprende que también eso era juventud.
Durante las prehistoria el valor de una acción se derivaba de sus consecuencias, ni de la acción en sí, ni de su procedencia. Era el éxito o el fracaso de una acción lo que hacía a los hombres pensar bien o mal de ella. Se trata del período pre-moral de la humanidad. El imperativo: conócete a ti mismo era desconocido. Desde hace milenios hasta hoy, el valor de una acción radica en su procedencia. Se trata del período moral, la primera tentativa de conocerse a sí mismo. se interpretó la procedencia de una acción, como procedencia derivada de una intención, y se convino en que el valor de una acción residía en el valor de su intención. Nietzsche se encuentra en el umbral del período extra-moral, y considera que el valor de una acción reside justo en aquello que no es intencionado, su intencionalidad reside en lo que puede ser sabido, en lo consciente, que es como una piel y como toda piel delata algunas cosas y oculta otras. La
intención es sólo un signo que necesita ser interpretado, que significa tantas cosas que por sí mismo no significa casi nada. La moral de las intenciones ha sido un prejuicio, quizá algo provisional, pero en todo caso algo que tiene que ser superado. La superación de la moral es la tarea que proponía Nietzsche a los hombres de su época. Desconfía de la moral de sacrificio por el prójimo. Da igual bajo qué punto de vista miremos el mundo, lo más seguro es su erroneidad. Parece que existe un principio engañador en la esencia de las cosas, y es una ingenuidad moral la creencia en certezas inmediatas. El filósofo ha de ser necesariamente desconfiado, pues se resiste al engaño. Pero Nietzsche, se pregunta, ¿por qué no aceptar el engaño? Que la verdad sea mejor que la mentira no es más que un prejuicio. La vida no sería posible sin apreciaciones subjetivistas, perspectivistas. Se presupone una antítesis entre lo verdadero y lo falso,
dejando a un lado, sin motivo, la gradación entre distintos tipos de apariencias etc.
Si lo único que está dado realmente, es nuestro mundo de apetitos y pasiones, y que no podamos acceder más que a esta realidad, pues pensar es tan sólo un relacionarse de estos instintos entre sí. Podría considerarse el mundo mecánico no como una apariencia, sino como algo dotado de igual realidad que el mundo de nuestros afectos, como una especie de vida instintiva en la que todas las funciones permanecen aún sintéticamente ligadas entre sí. El método exige no aceptar varios grados de causalidad, hasta que no se haya llegado al límite en el intento de explicación basado en una sola.. Como Nietzsche cree en la causalidad de la voluntad, ha de intentar considerar que la causalidad de la voluntad es la única. Pero la voluntad no actúa más que sobre la voluntad y no sobre la materia. Hay que atreverse a hacer la hipótesis de que en todos aquellos lugares donde reconocemos que hay efectos, una voluntad actúa sobre otra voluntad, de que todo
acontecer mecánico, en la medida en que en él actúa una fuerza, es precisamente una fuerza de la voluntad un efecto de la voluntad. Suponiendo que fuese posible reducir todas las funciones de la vida, a la voluntad de poder, según la tesis de Nietzsche, entonces podría definirse toda fuerza agente como voluntad de poder. El mundo, desde su carácter inteligible, sería voluntad de poder y nada más.
Todo lo que es profundo ama la máscara, no sólo las acciones pérfidas, también las bondadosas. Hay que darse pruebas de independencia y de mando. No quedar atado a ninguna persona pues todas son una cárcel, incluso la más amada. Tampoco hay que quedar adheridos a ninguna patria, ni ciencia, ni siquiera al propio desarraigo, ni por la excesiva liberalidad, saber reservarse es la más fuerte prueba de independencia.
Aparece un nuevo tipo de filósofos que se pueden llamar tentadores, serán amantes de la verdad, pues como todos los filósofos aman sus propias verdades, pero no serán dogmáticos. Estos nuevos filósofos serán también espíritus libres, no entendido en el sentido moderno del gusto por lo democrático, que aspiran a la felicidad del rebaño, llena de seguridades. Sus dos doctrinas fundamentales son igualdad de derechos y compasión por todo aquel que sufre. El sufrimiento es algo que habría que erradicar. Lo que Nietzsche llama espíritus libres es el opuesto a esta mentalidad. Cree que el espíritu del hombre como voluntad de vivir tuvo que desarrollarse bajo una presión y coacción ininterrumpidas hasta llegar a convertirse en voluntad de poder. La dureza, la violencia, el sufrimiento… sirven a la elevación del hombre tanto como su contrario. El verdadero espíritu libre se encuentra en las antípodas de los deseos gregarios; se caracterizan
sobre todo por su profunda soledad, y una insaciable curiosidad que les hace soportar cualquier consecuencia que esta tenga.

La fe cristiana es desde el principio sacrificio de toda libertad y todo orgullo, de toda autocerteza del espíritu; a la vez que sometimiento y escarnio de sí mismo, mutilación de sí mismo. Exige una conciencia reblandecida. Su presupuesto es que la sumisión del espíritu causa un dolor indescriptible. La fórmula de Dios en la cruz es una trasfiguración de todos los valores antiguos. La fe religiosa siempre va acompañada de soledad, ayuno y abstinencia sexual. Sin que se sepa cuál es la causa y cuál el efecto, en estas comunidades suele darse también una lascivia desenfrenada.
Le llama la atención el continuo agradecimiento por la naturaleza y por la vida, se trata de una religiosidad muy aristocrática. Más tarde prolifera el temor por la religión entre la plebe, el cristianismo se estaba preparando. El protestantismo entero carece de la delicadeza meridional, en la cual hay un oriental estar fuera de sí, una unión mística, en la que un esclavo es inmerecidamente elevado hacia Dios. Lo cual carece de toda aristocracia de gestos y deseos. Los señores han venerado a los santos porque detrás de su aparente fragilidad, reconocían la fuerza superior que quería ponerse a prueba a sí misma, la fuerza de la voluntad que también les caracterizaba a ellos. Además tanta abnegación les ponía en guardia, por si acaso existía un peligro que el asceta conocía y ellos no. Se produjo una tendencia atea debido, ente otras cosas a las refutaciones de Dios como padre, juez y remunerado… y sobretodo su oscuridad. Nietzsche
consideraba que el espíritu religioso estaba en un momento de poderoso crecimiento, pero que rechazaba la vía teísta. La filosofía moderna bajo la apariencia de realizar una crítica contra el concepto de sujeto, realiza una crítica contra el de alma, que es el presupuesto fundamental de la doctrina cristiana. La filosofía moderna, por ser escepticismo gnoseológico es de manera velada o manifiesta anticristiana, aunque no sea antirreligiosa. Históricamente puede constatarse una escalera en la crueldad religiosa, primero con sacrificios humanos al Dios, después la propia naturaleza (ascetismo), y después cuando ya no quedaba nada que sacrificar se sacrificó a Dios mismo por la nada, por crueldad contra sí mismo. Nietzsche ha pensado a fondo la teoría más negadora del mundo, la filosofía de Schopenhauer, llena de pesimismo alemán y cristiano, lo que le ha abierto los ojos para ver el ideal opuesto: el hombre lleno de vida y afirmador del
mundo, que no sólo ha aprendido a resignarse y a soportar aquello que ha sido y es, sino que desea que se repita. La ociosidad en el mundo exterior resulta necesaria para una vida auténticamente religiosa, con buena conciencia, a la cual no le es extraño el sentimiento aristocrático de que el trabajo manual deshonra. La laboriosidad moderna prepara sobretodo para la incredulidad. La mayoría de los hombres, dice, que se encontraba apartados de la religiosidad, son aquello cuya laboriosidad les ha ido apartando generación tras generación de sus instintos religiosos. Se da en la mayoría de los componentes de la clase media alemana, una indiferencia práctica hacia lo religioso. Se trata de la ignorancia simplista de la época, aquella que reside en la superioridad con que se concibe el docto frente al ser religioso.
Sin embargo hay una honda sabiduría en que los hombre sean superficiales, es su instinto de conservación el que los hace volubles, ligeros y falsos. A los hombres religiosos se los podría contar entre los artistas como su categoría suprema. El miedo profundo y suspicaz a un pesimismo incurable es lo que constriñe a una interpretación religiosa de la existencia. La piedad sería el engendro más sutil del miedo a la verdad, es la voluntad de no verdad a cualquier precio. Mediante ella puede el hombre convertirse en arte en superficie, en juego. Amar al hombre por amor a Dios es el sentimiento más aristocrático al que han llegado los hombres. Donde Nietzsche interpreta que amar al hombre sin ninguna intención santificadora es una estupidez. El filósofo, entendido como lo hacen los espíritus libres, es aquel que considera un asunto de su conciencia el desarrollo integral del hombre, se servirá de las religiones para su obra de selección y
educación. Para los fuertes, los independientes, los preparados y los predestinados al mando, en los cuales se encarnan la razón y el arte de una raza dominadora, la religión es un medio para vencer resistencia, para poder dominar: un lazo que vincula a señores y a súbditos y que pone en manos de los primeros las conciencias de los segundos; y si algunas naturalezas aristocráticas, se inclinan, debido a una espiritualidad, elevada hacia una vida más contemplativa, reservándose para sí únicamente la parte más elevada de dominio, la del de los escogidos, la religión puede ser utilizada como limpieza frente a la necesaria suciedad de todo hacer política. La religión también proporciona a una parte de los dominados una guía para prepararse para dominar alguna vez, y van proporcionándoles el poder y el placer de la voluntad, de la voluntad de autodominio. Y a los demás les proporciona el sentirse contentos con su situación,
trasfigurándoseles y embelleciéndoseles la vida cotidiana entera.. Saca provecho, como una filosofía epicúrea, del sufrimiento que acaba incluso por santificarlo. Tanto el cristianismo como el budismo enseñan a los más bajos a estar contentos con su puesto. El precio que se paga es caro cuando las religiones no están en manos de un filósofo, sino que son ellas las que gobiernan por sí mismas. Así las religiones quieren ser fines en sí mismas y no medios, son lo casos malogrados, pero ejercen un gran efecto destructor sobre los hombres superiores, cuyas condiciones de vida son delicadas, complejas y difícilmente calculables. Pero estos dos tipos de religiones se comportan tomando partido al lado de los casos malogrados, como religiones para dolientes que son. Otorgan la razón a todos aquellos que sufren la vida como una enfermedad. Las religiones soberanas han mantenido al tipo “hombre” en un nivel bastante bajo, porque el consuelo de los
oprimidos, los faltos de independencia y los dolientes ha contribuido a la decadencia de la raza europea. Lo que han tratado de hacer es quebrantar a los fuertes, pervertir lo soberano, lo varonil, lo conquistador… El cristianismo es el más alto grado de presunción, pues hombre no lo bastante fuertes han tratado de darle forma al hombre, pues no eran lo suficientemente aristocráticos como para ver la diferencia entre hombre y hombre, sino que se han quedado con la igualdad ante Dios, formando así un rebaño dócil de los europeos.
 
 
 
 
La nueva filosofía


“Sentencia 107: no existen fenómenos morales, sólo una interpretación moral de los fenómenos”.

Lo único que está justificado hacer según Nietzsche es una tipología de la moral, y no una fundamentación como han pretendido hacer petulantemente los filósofos. Estos no podrían describir lo moral pues no conocen los hechos de la moral, sólo acaso en modo bruto los de su moral vigente, pero no se han tomado la molestia de investigar otros tipos de morales, de otros pueblos y tiempos pasados. Así emergen los auténticos problemas de la moral, mediante la comparación de muchos tipos de ellas. Los que los filósofos han llamado fundamentación de la moral, era una forma docta de negar que fuera lícito concebir aquella moral como problema. La comparación de unos y otros moralistas revela que la moral no es más que una semiótica de los afectos. Toda moral es una tiranía contra la naturaleza y contra la razón, aunque esto no sea una objeción contra ella. Toda libertad se forja bajo la tiranía y coacción de leyes arbitrarias. Generaciones y
épocas enteras cuando se encuentran afectadas por algún fanatismo moral, es en los tiempos intercalados de coacción y de ayuno durante los cuales el instinto aprende a agacharse y someterse, pero también a purificarse y agudizarse.
Sócrates parece concebir que sólo se obra mal por ignorancia, y que basta hacer ver el error para que se deje de cometer. A Nietzsche este razonamiento le parece demasiado plebeyo, ya que parece no verse en el obrar mal más que las consecuencias penosas de una acción, y se juzga que es estúpido obrar mal. Se identifican lo útil y lo bueno. En el viejo problema de si la apreciación del valor de las cosas es instintivo o racional, Sócrates se decanta por este último. Según Nietzsche la falsedad de Sócrates consiste en que él también se dejaba guiar por sus instintos y la razón era meramente un instrumento justificador que venía detrás las acciones cometidas por los instintos. En el fondo, sabía que de todo juicio moral consta en su base de elementos irracionales. Platón quiso demostrarse a sí mismo que razón e instinto tienden al mismo fin, que es el Bien o Dios. Según Nietzsche, en esta diatriba ha vencido, a lo largo de la historia
de la moral, el instinto, con excepción de Descartes, a quien no tiene en cuenta por considerarle superficial. Se deduce que estamos mucho más dispuestos a creer, el escepticismo, la revisión continua de nuevo es mucho más difícil que el quedarse instalado en una vieja creencia. Para lo contrario habría que ser más fuerte y moral. Estamos, por tanto, acostumbrados a vivir en el engaño y la mentira, sin escudriñar nuevamente la realidad, sino fantaseando el sentido total, basándonos en algunos pocos elementos que ya poseíamos. Las vivencias soñadas actúan en nuestra alma, igual que las realmente vividas. La diversidad de los seres humanos se manifiesta tanto en lo que consideran bienes, en la jerarquía de estos, y sobre todo, en lo que considerar como realmente poseer un bien.
Los judíos son el pueblo que más y mejor ha llevado a efecto la inversión de los valores, según la cual son infames el mundo, los ricos y poderosos y santos los pobres y débiles. Con ello comienza lo que Nietzsche llama la rebelión de los esclavos en la moral.
Las morales que pretenden procurar felicidad a la persona individual no son más que recetas contra sus pasiones, ya que estas tienen voluntad de poder y quisieran desempeñar el papel de señor.
Es un hecho que desde que existe el hombre, ha habido rebaños de hombres y que unos han obedecido y otros mandado, siendo los primeros numerosísimos y pocos los segundos. Esto muestra que la obediencia ha sido muy ensayada entre los hombres, lo que lleva a suponer que cada uno lleva en sí la necesidad de obedecer, una especie de conciencia formal que ordena. Esta, pretende llenarse y acepta cualquier cosa que le ordene quien sea. Llegando a las últimas consecuencias se da la mala conciencia de los que mandan, que es la situación de la Europa de Nietzsche, que fingen obedecer a leyes más antiguas o a la voluntad del pueblo, etc. Además el hombre gregario presume de ser la única especie permitida de hombre, y ensalza la cualidades de sumisión, conciliador, útil a los demás… La felicidad del hombre débil se presenta como tranquilidad, saciedad y reposo. En cambio en los hombres fuertes, la antítesis y la guerra actúan en su naturaleza como
un atractivo y un estimulante más de la vida.
No puede hablarse de una moral de amor al prójimo, mientras se busque la valoración moral de los hechos en la utilidad para el rebaño, exclusivamente en la conservación de la comunidad. Las virtudes que van en este sentido no pertenecen al ámbito de la moral, sino que son extramorales. El amor al prójimo es en ellas algo secundario y arbitrario, con relación al temor al prójimo. Los instintos más elevados y fuertes arrastran al individuo más allá de la mediocridad, lo sacan de su conciencia gregaria, entonces el sentimiento de la propia comunidad y su fe en si misma se derrumban. Tales instintos serán los más vilipendiados. La autoresponsabilidad y la aristocracia ofenden a la comunidad. La consecuencia que se extrae de estos análisis es que la moral imperante es una moral de rebaño, al lado de la cual son posibles otras morales superiores. El cristianismo ha estado al lado de los deseos más sublimes del rebaño, que ha llegado hasta las
instituciones políticas y sociales en forma de lo que se conoce como sentimiento democrático. Nietzsche considera este sentimiento como una forma de decadencia y mediocrización. Contra ello sólo puede acudirse a los nuevos filósofos, espíritus los suficientemente fuertes y originarios como para invertir los valores eternos. Enseñarán al hombre que el futuro es voluntad suya.

Los positivistas son los nuevos filósofos del revoltijo, son los hombres débiles, vencidos y sometidos al dominio de la ciencia. Representan la falta de fe en la tarea señorial y soberana de la filosofía. Probablemente la filosofía de sus días se lo había ganado a pulso, pues se había reducido a sí misma a teoría del conocimiento y poco se atrevía a decir acerca del mundo, Nietzsche se pregunta cómo podría tal filosofía dominar. Los peligros que amenazan el desarrollo de la filosofía son múltiples. El gran avance de las ciencias, hace que el filósofo ya no tenga confianza en sí mismo y no pueda ser ya un guía espiritual, sino meramente un seductor. El filósofo tiene que pronunciarse acerca de la vida y sólo puede hacerlo mediante las vivencias más intensas. Tradicionalmente se ha entendido filósofo como alguien sabio y apartado de la vida, para Nietzsche se trata, sin embargo, de alguien que se arriesga a sí mismo en cada una de
sus vivencias, que siente el peso y la tentación de la vida. El hombre científico es una especie no aristocrática de hombre, es decir no dominante, no autoritario ni contento consigo mismo. Es constante, regular, posee instinto para reconocer a sus iguales, es en el fondo, un animal de rebaño. También el docto posee estos defectos, además de envidia y mediocridad. El hombre objetivo no es casi nada, sólo un espejo. No es un modelo, no va delante ni detrás de nadie, tampoco toma partido. Sólo es un instrumento, no un fin, porque es un hombre sin contenido ni sustancia. Según Nietzsche, el escepticismo es la expresión más espiritual de una cierta constitución psicológica compleja, a la que, en el lenguaje vulgar, se le da el nombre de debilidad nerviosas y constitución enfermiza. El escepticismo es la fórmula de la voluntad de negación de la vida. Surge cuando dos razas o clases separadas se entrecruzan, adoptando las nuevas estirpes
otros valores que las llenan de dudas. Los nuevos mestizos ya no conocen la voluntad, la valentía, el arrojo y la independencia en las resoluciones. Esta era la enfermedad de la Europa de Nietzsche, el escepticismo. Europa necesita una casta de hombres fuertes, que la mantengan unida y hagan política a lo grande. El verdadero filósofo tiene que haber sido todo aquello donde permanecen sus servidores, a fin de recorrer el círculo entero de los valores, y poder mirar la realidad desde múltiples perspectivas. Pero esto no son más que condiciones previas a su tarea propia que requiere algo distinto, la creación de nuevos valores. Los auténticos filósofos son los que dan órdenes que determinen el curso de la humanidad. Frente a los otros filósofos, su conocer es crear y legislar, y su voluntad de verdad es voluntad de poder. Es soberano y dominante, se siente a sí mismo separado de la multitud, de sus deberes y virtudes, protege y defiende todo
aquello que es malentendido y calumniado.
La democratización de Europa engendrará hombres preparados para la esclavitud.
Toda elevación del hombre se ha producido en una sociedad aristocrática. Esta cree en la jerarquización y en las marcadas diferencias de valor entre un hombre y otro, por tanto necesita en cierta manera de la esclavitud. La continua autosuperación del hombre no podría producirse, sin que el alma se ejercitase continuamente en el mandar, intentando llegar hacia espacios más elevados. Antiguamente consistía en una superioridad psíquica. Una aristocracia sana no ha de sentirse a sí misma como función de la comunidad, sino como sentido y justificación suprema de esta. La sociedad no ha de existir por sí misma, sino como estructura que permita que una casta de hombres selectos se eleven hacia un ser superior. El principio fundamental de esta sociedad ha de ser el de la voluntad de la vida, la apropiación, el poder. La comparación de distintas morales ha llevado a Nietzsche a darse cuenta de que hay fundamentalmente dos morales: moral de señores
y moral de esclavos. La diferenciación moral de los valores surgió o bien en la especie dominante, que adquirió conciencia del bienestar que producía su posición, o bien entre los esclavos y subordinados. En la casta dominante se expresan sentimientos elevados y orgullosos, y alejan de sí a quien no posee estos sentimientos. Aquí la antítesis bueno y malo, quiere decir, aristocrático y despreciable. Es despreciado el miedoso, el mezquino, el mentiroso… La especie aristocrática es la creadora de valores, es bueno lo que a ella le favorece. No forma parte de esta moral la compasión, pero sí el orgullo de sí mismo. su tesis básica es que sólo frente a los iguales se tienen deberes y que frente a los seres de rango inferior puede obrarse como plazca, más allá del bien y del mal. En cambio en la moral de los esclavos se ve con suspicacia todo lo poderoso, destila una visión pesimista del hombre. Se honran la diligencia, la paciencia, la
humildad… es en esencial una moralidad de la utilidad. El malo es temido, el bueno despreciado por se fácil de engañar. El egoísmo forma parte de la esencia del alma aristocrática.






 
 
  2009 MCM  
 
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