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  La Pax Hispánica
 

           LA PAX HISPÁNICA DE INICIOS DEL SIGLO XVII

Shoot me down. por alvaro..

                                               
Foto por Álvaro Avilés.

Trabajo realizado por: Ana Ávila Mateos
13 de Abril de 2009



ÍNDICE


LA DIPLOMACIA, ÍTEM INDISPENSABLE EN LA POLÍTICA DEL SIGLO XVII.............................
4
EL REY Y SU VALIDO: APUNTES HISTORIOGRÁFICOS SOBRE EL REINADO DE FELIPE III Y LA
PRIVANZA DEL DUQUE DE LERMA .............................................................................................
6
LA PAX HISPÁNICA: LA ELABORACIÓN DE LA ESTRATEGIA.................................................. 10
EL LEGADO DEL REY PRUDENTE...........................................................................................10
DEL TRATADO DE VERVINS CON FRANCIA (1598)...............................................................12
DEL TRATADO DE LONDRES CON INGLATERRA (1604) .......................................................15
DEL TRATADO DE AMBERES CON LAS PROVINCIAS UNIDAS (1609)...................................20
CONCLUSIONES: EL ROL DE LA PAX HISPÁNICA EN EL DEVENIR DE LA MONARQUÍA
ESPAÑOLA .......................................27
BIBLIOGRAFÍA .................................29


LA DIPLOMACIA, ÍTEM INDISPENSABLE EN LA POLÍTICA DEL
SIGLO XVII

Sin lugar a dudas, podemos establecer que la dinámica que siguió la
política durante el período que conocemos como la Edad Moderna, fue de clara
beligerancia entre los distintos frentes que se abrían en Europa poco a poco.

Al comenzar el período, la razón de este ambiente marcial se basaba en el
surgimiento de nuevas confesiones de la mano del movimiento Humanista y la
Reforma protestante, que dieron lugar al primer gran motivo para las guerras
de este siglo, a las cuales se pondría fin en 1648 con la paz de Westfalia,
determinando que cada monarca es soberano y marca la religión de sus
súbditos.

Asimismo, en esta etapa de la Historia surgen los primeros conflictos con
una base meramente económica. Podemos observar un claro ejemplo en las
guerras de índole mercantil, debido, generalmente a las expansiones coloniales
tanto en las Indias Orientales, como en las Occidentales. De este ejemplo se
desgajan los grandes problemas surgidos entre Holanda –viejo territorio de los
Austrias-y los propios españoles, cuyos problemas superarán el plano político
y jurisdiccional y sumarán el plano mercantil.

Y en última instancia hay que hacer hincapié en el hecho de que el
modelo de monarquía absolutista imperante en la época propugnaba la guerra
como elemento indispensable para su consolidación y mantenimiento.

Sin embargo, a finales del siglo XVII y principios del XVIII, los estados
comienzan a darse cuenta del fuerte impacto que la guerra ha tenido en sus


 

economías. La guerra en el exterior precisaba ciclópeas cantidades de recursos
que no se reducían simplemente a astronómicas sumas de dinero, sino también,
a grandes contingentes de hombres, municiones y avituallamiento –entre los
años 1600 y 1640, los impuesto exigidos para costear las guerras rondaron los 4
millones de florines al año1-.

Por ello, se refugian en la diplomacia, como una respuesta para aligerar
las cargas fiscales que la guerra producía en la administración de las
monarquías, pero, del mismo modo, para propiciar períodos de entre guerra en
los que los monarcas podían recomponer sus ejércitos, establecer nuevos
objetivos o preparar nuevas estrategias a seguir. Podríamos decir, en pocas
palabras, que los períodos de tregua eran tomados por los monarcas modernos
como simples períodos de rearme y preparación para nuevas guerras, en lugar
de ser paces duraderas y con un propósito de futuro.

En este trabajo, pondremos de manifiesto el caso español, que tuvo lugar
a inicios del siglo XVII. Durante este período, Felipe III, consciente de lo
limitado y deteriorado tanto de su aparato gubernamental como de la
economía, decidió llevar a cabo una política de pacificación con todos y cada
uno de los frentes que tenía abiertos, con el fin de dar un respiro al cansancio de
la monarquía hispánica.

Como apreciación final y antes de comenzar a exponer punto por punto,
los factores de esta política de pacificación, la denominada Pax Hispánica, me
gustaría denotar que la política que llevó a cabo Felipe III, lejos de sus tintes de
cobardía, se trataba de todo lo contrario, ya que el monarca, como ya se ha
dejado entrever anteriormente, en este período de paz, lo único que pretendía
era lograr revitalizar la monarquía, con el fin de volver a la guerra para
reafirmar de nuevo la hegemonía española en Europa.

1 Parker, España y los Países Bajos (1559-1659), 255.

 

EL REY Y SU VALIDO: APUNTES HISTORIOGRÁFICOS SOBRE
EL REINADO DE FELIPE III Y LA PRIVANZA DEL DUQUE DE
LERMA


Tradicionalmente, la historiografía ha tachado el período de gobierno del
tercero de los Austrias como de decadencia, debido a haberse tratado del rey
más perezoso de la historia de España2, tal y como apuntaba John Lynch.
Asimismo, su dependencia de su valido, el duque de Lerma, también constituye
un agravante a estas críticas, ya que según Francisco Tomás y Valiente, si
Felipe III había sido vago, más, incluso, lo había sido Lerma. Asimismo, se da
por sentado que la época dorada de la historia de España tuvo lugar durante el
siglo XVI, mientras que en el XVII el declive estaba ya prácticamente
consolidado.

Sin embargo, Antonio Feros3 nos descubre que todo este conjunto de
ideas un tanto preconcebidas sobre el reinado de Felipe III no pueden ser
tomadas como una verdad absoluta, ya que están derivadas del tradicional
poco interés que el período del reinado de Felipe III ha suscitado en la
historiografía, que se alimentaba de la propaganda peyorativa de Olivares y
Felipe IV, así como de intelectuales de la época, tales como Francisco de
Quevedo, según el cual, Felipe III «acabó de ser rey antes de empezar a reinar4».

Aún así, es cierto que la corrupción que rodeaba a los favoritos del
privado hizo mella en el propio gobierno, debido a su estrecha relación con el
monarca. Además, cabe destacar que la situación financiera de la monarquía

2 Lynch, Los Austrias (1598-1700), 26.
3 Puede encontrarse una amplia revisión sobre el valimiento de Lerma en el reinado de Felipe III en Feros,


El duque de Lerma: realeza y prinvaza en la España.
4 Quevedo, Obras completas, 817. Citado en Feros, El duque de Lerma: realeza y privanza en la España
del siglo XVII,



 

hispana se hallaba en serios apuros tras las políticas que Felipe II había llevado
a cabo durante su reinado, que dejaron una herencia a su hijo repleta de
problemas que si bien lo intentó, jamás logró solucionar completamente.

No obstante, el reinado del tercer Felipe es fundamental para entender el
proceso de construcción de la monarquía hispana. Durante el reinado de Felipe
III se consolidaron procesos iniciados durante el reinado de su padre, al igual
que un periodo de clara continuidad, sea cual fuere el aspecto que se tome para
analizar –ideologías políticas, ceremonias y rituales justificadores del poder
real, etc.

Por otra parte, hemos de reconocer que el reinado de Felipe III presenta
claros signos de una personalidad bien definida, basados todos ellos en el
reconocimiento público por parte del monarca de un único favorito, el duque
de Lerma. Hasta la fecha, a pesar de haber contado con ministros más o menos
influyentes, ninguno de los Austrias había hecho pública la figura de un único
favorito real, debido a que, por regla general, se solía pensar que los validos no
eran más que parásitos para el rey, que solo buscaban favorecerse a sí mismos,
en detrimento del bien de la monarquía.

Pero hemos de ser objetivos, la realidad es que los privados, entre 1560 y
1640, más que un hándicap para el fortalecimiento del poder real, fueron todo
lo contrario. El papel que jugaron los validos permitió aumentar la
independencia del monarca, la separación de otro miembros del cuerpo
político, y con ello aumentar los esfuerzos de las distintas instituciones de
gobiernos en los distintos reinos, con el fin de imponer límites a la capacidad de
acción del rey.

El historiados Vicens Vives describe una serie de medidas que se
tomaron en esta época tales como la creación de nuevas y más manejables
instituciones con el fin de dar lugar a un debilitamiento del poder de consejos y


 

parlamentos, la promoción de hombres leales al rey como consejeros, así como
la elevación de privado real al status de ministro principal del rey5.

Durante la privanza de Lerma, asimismo, aparecerán los primeros
discursos legitimadores de los validos que supondrán la configuración de un
nuevo modelo de gobiernos que durante las décadas posteriores se pondrá a la
orden del día en el resto de Europa, como podrá verse en los casos de Richelieu
en Francia, Buckingham en Inglaterra o el propio Olivares en España.

Si bien, la imagen que Felipe III transmitió de su reinado fue de gran
debilidad, debido al gran poder que Lerma ejerció sobre su noble persona. De
este modo, hasta nuestros días ha llegado la imagen de un reinado vano que
poca aportó a la historia de España. No obstante, no hemos de sacar una
imagen equivocada, la época del reinado de Felipe III fue un periodo complejo
en el cual la monarquía ibérica se encontró en una encrucijada, que era fruto
tanto de las circunstancias que acontecieron, como de las de las decisiones y
acciones del rey prudente, Felipe II.

Aún así, Lerma y Felipe III hicieron frente a los acontecimientos en la
medida de lo posible, aunque no siempre las medidas fueron lo efectivas que
deberían o las circunstancias propiciaron un desenlace de los eventos favorable
a la monarquía española. En los apartados siguientes, podremos ver cómo la
política que se llevó a cabo se realizó con miras a una futura recuperación de la
monarquía, con el fin de mantener y reafirmar su hegemonía a lo largo y ancho
de Europa.

En esta época, España aún era una potencia importante en Europa,
temida por sus enemigos y consciente de dicho poder, pero los problemas
atenazaban a la monarquía, y por mucho que se intentó, el mal estaba ya hecho

5 Vicens Vives, Coyuntura económica y reformismo burgués, 124. Citado en Feros, El duque de
Lerma:realeza y privanza en la España de Felipe III, 21-22.

 

y el germen de la decadencia estaba sembrado mucho antes de que Felipe III
tomara las riendas de los territorios del antiguo Imperio Hispano.

 

LA PAX HISPÁNICA: LA ELABORACIÓN DE LA ESTRATEGIA

EL LEGADO DEL REY PRUDENTE

Felipe II, el rey prudente, legó a su hijo una monarquía compuesta
dotada de una aparente solidez. Su visión política se basaba en dos principios
básicos que cualquier príncipe cristiano de la época debía tener presentes, de
reputación y de conservación, o dicho de otro modo en términos más actuales, de
«prestigio»y «seguridad6».

A excepción de las Provincias Unidas, Felipe II legó a su hijo una
herencia en la que todos los cabos estaban atados, las relaciones con Portugal
habían mejorado y las posesiones en América se habían consolidado. No
obstante, las relaciones internacionales con Inglaterra dejaban mucho que
desear, y dejó a España comprometida en una guerra contra los ingleses.

En referencia a la cuestión de la fe, Felipe había logrado crear una suerte
de frontera que impedía el paso del protestantismo, gracias al mantenimiento
de Francia bajo un estricto control político y religioso.

Sin embargo, en 1596, el monarca se declaraba en bancarrota, con lo que
si la situación política que Felipe legaba a su hijo era más o menos estable, la
economía estaba completamente destrozada debido a la violenta política
llevada a cabo en Europa, y sobre todo, en Flandes.

Felipe III, a pesar de los primeros titubeos en los que optó por continuar
una política agresiva como la que siguiera su padre, se topó con la

6 Stradling, Europa y el declive de la estructura imperial española, 46.

 

imposibilidad de mantener una guerra de amplias dimensiones, tal y como la
situación requería, con lo que Lerma y él urdieron una estrategia que incluía
una serie de pactos con las grandes enemigas de la monarquía con el fin de que
Europa alcanzara una estabilidad que pudiera dar lugar a la recuperación de la
monarquía.

 


DEL TRATADO DE VERVINS CON FRANCIA (1598)


La política que Felipe II siguió durante los últimos años de su vida se
basó en asegurar sus territorios de la manera más fiable, con el fin de dejarle a
su hijo un legado estable y más o menos pacífico; pero como podrá
comprobarse más adelante, no sucedería tal cosa.

Dicha política vio su último gran hito en 1598, cuando el viejo monarca
ratificaba un tratado de paz con los franceses. Tras los conflictos abiertos en tres
frentes, la Hacienda estaba más que agotada y en 1596 se declaró en bancarrota,
factor que movió al dirigente español a optar por la mesa de negociación.

Asimismo, la firma de un tratado de paz con los franceses, ponía en
cuestión el tratado de Greenwich, firmado en 1596 entre Inglaterra, Francia y
los rebeldes holandeses, en el cual se prometían ayuda militar mutua, a
condición de que ninguna de las partes concluyera una paz por separado con
los españoles. De este modo, Felipe consiguió alejar las posiciones entre los
franceses y sus aliados, a la vez que quebraba de manera definitiva la «Triple
Alianza», que tanto daño podría haber causado a España.

La firma del tratado de Vervins se realizó bajo un estricto secretismo, con
lo que Enrique habría de guardar las apariencias durante algún tiempo hasta
que, ingleses y holandeses, incautaron correspondencia entre el archiduque y
Felipe, lo que hizo que el tratado, finalmente, se hiciera público7.

Sin embargo, la paz pudo haberse visto interrumpida, cuando ya durante
el reinado de Felipe III, Enrique IV de Francia declaró la guerra al duque de
Saboya, aliado de la monarquía hispánica, y al día siguiente de la declaración,
ya había lanzado una guerra relámpago con tres flancos contra las fuerzas del
duque, apoderándose de gran parte del territorio en menos de una semana.

7 Goodman, Diplomatic Relations, 17-20. Citado en Allen, Felipe III y la Pax Hispánica,


 

La integridad de la monarquía española dependía en gran medida de
cómo se desencadenara aquel conflicto. Era de especial relevancia que los
franceses no se introdujeran en Italia; asimismo, el Camino Español se
encontraba en juego. Si los franceses se hacían con el control de Saluzzo, se
hallarían en condiciones de interrumpir el paso de refuerzo a Flandes8.

Felipe dispuso todas sus tropas en torno al ducado con el fin de frenar las
actividades de Enrique en la zona y proteger Milán, el cual resultaba
fundamental para mantener la autoridad hegemónica en Europa, pues se
trataba de una posición militar de primer orden, tanto para el ataque como para
la defensa. Se podía decir que era la clave de Europa occidental9.

Felipe lanzó un ultimátum a Enrique para que devolviera los territorios
conquistados. El monarca hispano estaba decidido a defender el ducado de
Saboya, incluso a expensas de la ruptura del tratado de Vervins, el cual aún no
había ratificado10. No obstante, a pesar de la retórica marcial, Felipe no deseaba
una apertura del conflicto, y la preparación para la guerra tenía dos objetivos:
obligar al Papa a mediar en la disputa y mostrar a Enrique que los españoles
estaban dispuestos a luchar.

Felipe utilizó como baza en la negociación la ratificación del tratado de
Vervins, asimismo, el duque de Saboya consiguió ciertos éxitos en el plano de la
batalla, con lo que Enrique comenzó a sopesar la idea de la paz. El duque
entregaría La Bresse hasta el borde del Ródano y mantendría Saluzzo, con lo
que el Camino Español quedaba estrechado pero a salvo y la paz entre Francia
y España se mantenía.

8 Para una información más detallada sobre la cuestión del Camino Español, véase Parker, Army
of Flanders, capítulos 2 y 3.
9 Cano de Gardoqui, La cuestión de Saluzzo, 139.


10 AGS Estado K1451:16, consulta, 29 de agosto de 1600, citado en Cano, La cuestión de Saluzzo, 144 n

96.

 

Cabe hacer una última anotación, según la cual, en 1610, toda la
estructura de pacificación que los españoles habían creado en Europa, estuvo a
punto de romperse debido al monarca francés, Enrique IV. No obstante, el
fortuito asesinato del mismo, evitó romper la situación imperante en Europa.

 


DEL TRATADO DE LONDRES CON INGLATERRA (1604)


Las tiranteces políticas entre España e Inglaterra habían sido una
constante durante el reinado de Felipe II. Este e Isabel I de Inglaterra habían
hecho casi personales las disputas que involucraban a los territorios que
dominaban. Al morir Felipe II en 1598 su hijo, Felipe III, heredó el trono de la
monarquía hispánica, y de algún modo, heredó, asimismo, las enemistades que
su padre había mantenido con la reina inglesa.

La veda a los mercados de España y Portugal, así como los embargos
comerciales de los cuales habían sido objeto los comerciantes ingleses eran
algunos de los factores que justificaban las enemistades de las dos monarquías.

Además, los ingleses habían mostrado su apoyo en repetidas ocasiones a
los rebeldes de los Países Bajos, acción que entraba en conflicto con la política
seguida por los españoles. En 1598, Inglaterra tuvo la oportunidad de adherirse
al tratado de Vervins firmado por Francia y España; sin embargo, a pesar de
que Isabel podía obtener ciertas ventajas en el ámbito comercial, hubiera
supuesto apartarse del bando de los holandés, con lo cual Inglaterra no podría
recuperar lo gastado en estos territorios. Por otra parte, el cese de los apoyos a
las Provincias Unidas, aumentaba la posibilidad de una invasión desde unos
Países Bajos completamente sometidos al poder hispánico. Estas reflexiones
implicaban que los ingleses habrían de mantenerse al lado de los Países Bajos si
pretendían salvaguardar sus propios intereses11.

En los primeros años de gobierno, Felipe III mostró una posición
claramente proclive a la guerra. El joven monarca pretendía hacerse con una
cabeza de puente en Inglaterra con 5000 hombres y un destacamento de
caballería, para transportar más tarde allí al ejército de Flandes. Sin embargo,

11 Goodman, Diplomatic Relations, 15.

 

esto no quedó en más que un mero deseo, ya que nunca llegó a abordar tal
empresa.

Un aspecto que resultó recurrente en las relaciones de ambos territorios
fue la situación de los católicos ingleses, los cuales se encontraban ciertamente
sometidos al poder de Isabel. Por ello, y ya que la reina comenzaba a ver en el
horizonte sus últimos años de vida, comenzaron a hacerse preparativos en caso
de la muerte de la monarca para proponer un candidato al trono que quedaría
vacante.

La posición de Felipe con respecto a este particular era un tanto espinoso.
Tenía derechos dinásticos por parte de su herencia portuguesa; sin embargo, las
respuestas a las peticiones del nombramiento de un sucesor debían de ser
satisfactorias para los católicos ingleses, ya que estos podrían creer que Felipe
ambicionaba el trono para sí mismo y esta posibilidad no era contemplada ni
por sus más ardientes partidarios en Inglaterra.

Con lo cual, Felipe planteó una serie de exigencias mínimas que hacían
referencia a que el sucesor no debía de ser un hereje (es decir, el favorito a
ocupar el trono de Isabel, Jacobo de Escocia), ni un inglés. Si España e Inglaterra
se encontraban en paz en el momento en el que la muerte de la reina
aconteciera, parecía más probable que las propuestas del rey pudieran
cumplirse. Por esto, Felipe alentó la puesta en marcha de negociaciones para la
paz. Las conversaciones tuvieron lugar en una localidad francesa neutral:
Boulogne.

El rey de Francia, Enrique IV, ajeno a aquella paz, contempló con
perspicacia las razones que movían a los españoles a entablar relaciones de paz
con los ingleses, en una carta a su embajador en Londres exponía que la paz con
Isabel permitiría hallarse a los españoles en condiciones de someter con más
facilidad a las provincias de Holanda y Zelanda, proteger las costas y las flotas


 

de los piratas ingleses, así como mejorar el papel de España en la intervención
por la sucesión al trono inglés12.

Los deseos de paz no estaban claro. Ninguna de las dos partes era
pacifista; simplemente, trataban de obtener una paz con claras ventajas
militares13. Felipe envió a Flandes a Hernando de Carrillo para que actuara
como mediador en las conversaciones, con una serie de instrucciones y medidas
para la consecución de una paz ventajosa pasa la corona española.

Felipe concedía a los ingleses la posibilidad de comerciar con España, a
cambio de la tolerancia religiosa. Sin embargo, el monarca ordenó a Carrillo
conseguir una cláusula que impidiera a los comerciantes ingleses inmiscuirse en
las Indias. Felipe se mostró inamovible en estos dos puntos, tanto, que incluso
estuvo dispuesto a renunciar a las reparaciones por daños de guerra causados
por la flota y los corsarios ingleses. Del mismo modo, Felipe le indicó a Carrillo
que intentara conseguir apoyos ingleses contra para reducir a la obediencia a
los sublevados de los Países Bajos, así como que Isabel devolviera las ciudades
que tenía retenidas como fianza de sus préstamos a los holandeses.

El día 28 de mayo se reunieron en Boulogne definitivamente para
intercambiar los documentos de cada una de las partes, parecía que nada
encajaba, ya que las instrucciones de los diplomáticos ingleses ante lo que no
debían aceptar, eran todas las demandas que los españoles presentaban y
ninguna de las partes concedería a la otra ni un solo punto. Con lo cual, las
conversaciones de paz se fueron a pique casi desde el principio.

Los posteriores apoyos de España a los rebeldes católicos en Irlanda
enfurecieron a Isabel hasta el punto de no estar dispuesta a ninguna

12 Enrique IV al señor de Boissie, 11 de marzo de 1600, en Laffleur de Kermaingant, L’ambassade
de France en Angleterre sous Henri IV, 2:122. En esas reflexiones, Enrique demuestra su gran
capacidad política. Citado en Allen, Felipe III y la Paz Hispánica, 64.
13 AGS Estado 2023:122, consulta, 22 de febrero de 1600. Citado en Allen, Felipe III y la Pax
Hispánica, 66.


 

negociación ulterior a la celebrada en Boulogne. Asimismo, Felipe aún
guardaba la esperanza de poder obtener una clara ventaja sobre sus enemigos,
con lo cual organizó una campaña de ayuda a los irlandeses, que tenía como fin
último sentar las bases de una posterior invasión.

Dicha invasión se preveía en dos frentes, uno en Irlanda y otro, al mando
de Federico Spínola en la costa meridional de Inglaterra14. Sin embargo, y a
pesar del empeño y de las grandes posibilidades que la campaña podría tener a
favor de la honra de Felipe, debido a la escasez de medios, tanto personales
como financieros, así como a la mala fortuna, la ofensiva no aconteció como
debería haberlo hecho, y las ayudas a los católicos irlandeses fueron poco
efectivas.

La paz quedó relegada al olvido, hasta que Isabel murió y el nuevo
monarca, Jacobo I, ascendió al trono inglés. El enviado de Felipe, tras diversos
contratiempos, finalmente pudo encontrarse con el rey, al cual le presentó la
buena disposición de Felipe ante una paz buena y duradera, para poder aunar
fuerzas en la empresa española que consistía en doblegar a los vasallos
rebeldes. El hecho de que Jacobo hubiera reinado en una Escocia facciosa, hizo
que estos argumentos bastaran para convencer al recién ascendido al trono.

Los ingleses respondieron con la voluntad de tratar tres puntos: el libre
comercio con las Indias, la libertad de culto para los holandeses y una alianza
matrimonial angloespañola. El último día de 1603 llegó el condestable a
Bruselas, poseedor de plenos poderes para hacerse cargo de las negociaciones15.
Aún así, el condestable mantuvo las futuras negociaciones en suspenso para no

14 Según un antiguo proverbio inglés, «Quien quiera vencer a Inglaterra deberá comenzar desde
Irlanda», citado en Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 99
15 En febrero de 1603 el Consejo eligió finalmente a Juan Fernández de Velasco, VI condestable
de Castilla y duque de Frías, para ir a Flandes a supervisar las cosas y mediar en las
conversaciones de paz en Inglaterra. Cabrera de Córdoba, Relaciones, 174, 190.


 

hacer perder más honra a los españoles, debido a que las negociaciones se iban
a realizar en suelo inglés.

Cuando definitivamente las negociaciones comenzaron, la delegación
española decidió optar por proponer a priori unas demandas que los ingleses
jamás fueran a conceder16, con el fin de tener más tarde algo con que ceder
cuando presentaran las demandas fundamentales, que se reducían a la libertad
de conciencia para los católicos y la exclusión de los ingleses de las Indias. Los
delegados destinados en Inglaterra, sentaron las bases para que el condestable
los discutiera a su llegada17.

Definitivamente, el 29 de agosto, Jacobo juró apoyar el ya finalizado
tratado de Londres. Aún así, los españoles no salieron demasiado bien parados
del mismo, ya que, los dos aspectos que apuntaban como ser el objeto central de
sus negociaciones, definitivamente no aparecieron en el tratado. Por un lado, en
cuanto al comercio con las Indias, consiguió redactarse una cláusula un tanto
ambigua para los españoles, pero satisfactoria para los ingleses: «Deberá haber
comercio libre en aquellos lugares donde existió antes de la guerra, en conformidad con
el uso y práctica de las antiguas alianzas y tratados»18 . Por otro lado, el tema de los
católicos ingleses, quedó en nada, ya que el condestable decidió no pagar a los
ingleses los 192.000 escudos a cambio de la tolerancia y aceptó, finalmente, que
el tratado no la mencionara19.

16 Los primeros puntos presentados a debate por los españoles fueron la devolución de las
ciudades retenidas en fianza y la reparación de los daños causados. Para una información más
detallada, véase Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 189-191.
17 AGS Estado 2557:18, consulta 15 de julio de 1604. Citado en Allen, Felipe III y la Pax Hispánica,


190.
18 AGS Estado 841:92, «Capítulos de paz», incluidos en AGS Estado 841:91. Citado en Allen,
Felipe III y la Pax Hispánica, 192.
19 Loomie, Toleration and Diplomacy,72.

DEL TRATADO DE AMBERES CON LAS PROVINCIAS UNIDAS (1609)

Los conflictos en los Países Bajos –también denominados de forma
genérica Holanda-databan de 1568, fecha en la cual las también llamadas
Provincias Unidas – Holanda, Zelanda, Frisia, Groninga, Güeldres, Overijssel y
Utrecht-se rebelaron por primera vez en contra del dominio hispánico. Dicho
conflicto se extendió durante un largo periodo de tiempo hasta constituir lo que
hoy se ha dado en llamar la Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes.

Durante todo este tiempo, los holandeses se fijaron como objetivo
conseguir la independencia con respecto a la corona española. Para ello, y
durante prácticamente todo el conflicto, contaron con el apoyo de Inglaterra y
Francia, ambos, enemigos naturales de la monarquía hispana. Sin embargo,
como ya hemos abordado, la firma del Tratado de Vervins con Francia en 1598,
así como el acuerdo del Tratado de Londres en 1604 con Inglaterra, supuso el
fin de las ayudas 20-de ambas monarquías a los rebeldes holandeses.

Tras la firma del tratado de Vervins, Felipe II tomó disposiciones para
traspasar la soberanía de los Países Bajos españoles a su hija Isabel Clara
Eugenia y a su entonces futuro esposo, el cardenal archiduque Alberto, con el
fin de demostrar una supuesta buena voluntad pacificadora para apaciguar a
los rebeldes; sin embargo, esta medida fue una simple artimaña, ya que en un
apéndice secreto a la donación, se establecía que el ejército español
permanecería en los Países Bajos y sería controlado por la corte española. A este
dato hemos de sumarle las especificaciones de la tercer cláusula del contrato

20 El fin de los apoyos de Francia e Inglaterra a los holandeses no tuvo un efecto tal como el
referido, ya que, a pesar de haber firmado sendos tratados, las ayudas encubiertas al bando
holandés fueron frecuentes. Los franceses, en diversas ocasiones, boicotearon el paso de tropas
hacia Flandes mediante la obstrucción del Camino Español, mientras que los ingleses se
negaron a firmar una cláusula explícita en el Tratado de Londres que les impidiera seguir
aportando ayuda a los rebeldes de las Provincias Unidas. Véase Allen, Felipe III y la Pax
Hispánica, capítulos 4-6.


 

matrimonial de los archiduques, en la cual se les encarecía a que recuperaran
las provincias desobedientes y las hicieran regresar a la fe católica21.

Con este dato, se denota la voluntad que Felipe II mantenía con respecto
a la política de sus últimos años, en la cual demostraba que buscaba una paz
por conveniencia, mediante la cual poder reintegrar el patrimonio de los
Austrias.

Con la subida al trono de su hijo, Felipe III, la política que se siguió en
Flandes varió en gran medida. Durante los primeros once años de reinado, el
joven monarca siguió una línea beligerante en Flandes que consumió aún más
los ya de por sí escasos recursos del Tesoro español.

En los primeros meses de gobierno, Felipe impuso un embargo comercial
general a los holandeses para forzarles a someterse22. A partir de este momento,
las políticas que seguirían la corte de Bruselas y la de Madrid se posicionarían
opuestamente y actuarían con cierta independencia, siempre intentando
presionar a la otra, con el fin de acercarlas a perspectivas afines.

Antes de la subida al trono de Felipe III, el archiduque Alberto había
demostrado cierta predisposición a contrariar las órdenes de quienquiera que se
hallase en el trono hispánico, con el fin de beneficiar a Flandes. Cuando el joven
monarca tomó las riendas, el archiduque se mostró aún más proclive a actuar
ajeno a las posturas de la Corte de Madrid y siempre con una afable
predisposición para trabar la paz con Holanda e Inglaterra, con el fin de evitar
gastos y trastornos a aquellos territorios que tenía bajo su mando.

La relación entre el archiduque y la monarquía hispánica entró en una
dinámica basada en un constante forcejeo por conseguir más recursos para
continuar con la financiación de la guerra de Flandes, respondida por la cada

21 Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 43.
22 Ibid, 46.


 

vez más acusada situación de la Hacienda. Las remesas ordinarias que
mensualmente se remitían a Alberto desde Madrid ascendían a los 200.000
ducados, pero el archiduque solía mostrarse descontento y constantemente
alegaba que no era suficiente ni tan siquiera para mantener una posición
defensiva digna.

Durante todo el reinado hubo una constante disensión entre la guerra y
la paz para con las Provincias que se habían sublevado. La corona española
buscaba una salida a la guerra que resultara digna para el honor de Felipe y no
perpetrara un atentado contra la fama de la monarquía en Europa. Los
españoles se enfrentaban a un reto curioso: les resultaba imposible abandonar
unas guerras que ya no querían librar23.

Con las primeras negociaciones propuestas a Inglaterra en 1600, Carrillo
tenía órdenes de Felipe de alcanzar un acuerdo con Isabel para obtener su
apoyo con el fin de reducirlas a la obediencia. Felipe pedía entrar en
negociaciones directas con los sublevados y no por vías indirectas –como podría
ser tratando con los Estados obedientes.

La pacificación debía girar en torno a tres puntos fundamentales: el
primero relacionado con la religión de las poblaciones, obligando al
protestantismo a replegarse hacia el norte; el segundo se basaba en el
reconocimiento de obediencia debida a sus señores naturales; y el tercero
respondía a la prohibición de la petición de marchas de tropas extranjeras, por
parte de los rebeldes. Asimismo, y como punto accesorio, pero fundamental, los
holandeses quedarían excluidos del comercio con las Indias.

Sin embargo, todo esto quedó en nada, ya que el tratado con los rebeldes
estaba supeditado a las negociaciones de paz con Inglaterra. Alberto envió ante
Isabel a su audiencier Luis Verreyken con las disposiciones pertinentes para

23 Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 91.


 

debatir las cuestiones preliminares, pero este carecía de autoridad suficiente
para debatir asuntos o acordar condiciones. Por lo tanto, tras un mes de
negociaciones unilaterales, regresó acompañado de Thomas Edmondes, el cual
portaba una carta para Alberto en la que la reina ponía en evidencia la falta de
voluntad del archiduque, reflejada en las propuestas presentadas por el
audiencier. Isabel no se sometería a la paz bajo aquellas condiciones.

En 1600, además de la apertura de un nuevo frente contra los holandeses
en el Índico, las tropas españolas se amotinaban en los Países Bajos debido a
que no habían recibido su respectiva soldada, con lo que la situación no podía
ser más negativa24. Pero Felipe III optó por la continuación de la lucha25, con lo
que dicha política se vio recompensada, ya que en la campaña de 1602-1603, el
comercio indiano vio un aumento de los beneficios, con lo que se pudo
financiar una nueva ofensiva en los Países Bajos a cargo de Ambrosio Spínola,
que reportaría importantes victorias como la toma de Ostende o la penetración
en Frisia para abrir una cuña en los Países Bajos e impedir las comunicaciones
con Alemania.

No obstante, la fuerte dependencia de la economía hispana con respecto
a las provisiones de Indias se hizo de nuevo patente cuando en la campaña de
1604-1605, las remesas volvieron a disminuir. A consecuencia de este hecho, los
tercios iniciaron una nueva revuelta en 1606 que volvió a sacar a la luz los viejos
fantasmas del pasado con respecto a la imposibilidad de la recuperación de los
Países Bajos. Del mismo modo, si tenemos en cuenta la suspensión de pagos de

24 Lynch, Los Autrias (1598-1700),56.
25 Una de las razones por las cuales Felipe auspició el mantenimiento de una política beligerante
fue el conflicto de Saboya, en el cual Francia estaba implicada. El mantenimiento de las
hostilidades en el norte implicaría que los franceses tuvieran que pensárselo dos veces antes de
enfrentarse al ejército hispánico bajo el mando del duque de Fuentes en el territorio italiano, ya
que podrían ser objeto, además, de un ataque por el flanco de los Países Bajos. Sobre este
particular, véase Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 90.


 

1607 y las nuevas pérdidas sufridas en el comercio de las Indias, la situación
parecía muy propicia para reiniciar las negociaciones.

Dichas negociaciones suscitaban grandes problemas a la monarquía, el
primero de los cuales volvía a residir en la posible mella que dicha tregua
causaría en su honor. Las Provincias Unidas nunca aceptarían una rendición
incondicional26. Prácticamente, habían alcanzado el status de Estado reconocido
por otras potencias europeas, avalado por una capacidad administrativa eficaz,
un comercio de ultramar en expansión, así como una capacidad defensiva
contra ejércitos invasores. La última campaña realizada por los españoles había
demostrado que, a pesar de algunos éxitos aislados, reducir a los rebeldes por la
fuerza no era viable.

Spínola no cesaba de afirmar que no podían hacerse milagros. Aseguraba
que se trataba de decidir entre una guerra bien financiada o ninguna en
absoluto, ya que cualquier vía media no conduciría a ningún objetivo
razonable. Alberto, consciente de lo expuesto por Spínola, inició una serie de
reuniones secretas con Mauricio y Oldenbarnevelt. En la primera de ellas, la
comisión de Alberto se limitaba a decir que los archiduques estaban dispuestos
a entrar en negociaciones, pero sin entrar en concreciones sobre si consideraban
a las provincias del norte un Estados libres. Aquella disposición podía
interpretarse en sí misma como una admisión de soberanía por parte de los
archiduques, pero Mauricio y Oldenbarnevelt deseaban una declaración más
explícita27.

Tras varios la presentación de varios borradores a los Estados Generales
y la patente hostilidad de Mauricio a un cese del conflicto, las Provincias
Unidas, definitivamente, aceptaron un alto el fuego que solo era efectivo en
tierra y que tan solo reconocía la independencia para tratar de la paz y no de

26 Lynch, Los Austrias (1598-1700), 57.
27 Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 245.


 

manera perpetua. La noticia se extendió como la pólvora por todos los rincones
de la monarquía suscitando críticas a favor y en contra. Juan Vivas, embajador
español en Génova escribía «Acabado lo de Flandes y Venecia, quedamos en la
paz de Ottaviano»28 , afirmación que resultaría la primera comparación de la
subsecuente paz con la Pax Romana; las críticas en contra se centraban en el
hecho de que el tratado no incluía a las Indias y las hostilidades en el mar.

Las noticias no tuvieron gran acogida en la corte de Madrid, y Felipe
convocó al Consejo para tratar el asunto. A pesar de que ya nada podía variar
en las condiciones del alto el fuego, se envío a Diego de Ibarra con una serie de
instrucciones y poderes con el fin de poder reparar el daño en caso de que el
archiduque se sobrepasase al utilizar sus poderes. Por lo tanto, con el fin de
evitar la interrupción de la negociación, se ratificaron las acciones de Alberto
con una mínima imposición: que las costas y la flota españolas no se verían
afectadas por nuevos daños provenientes de los holandeses.

La ratificación del alto el fuego por ambas partes reportó grandes
inconvenientes de toda índole, especialmente debido a la forma y al contenido
presentados y a la intervención de terceros, que no lograrían solución hasta
finales de aquel año. Sería en ese momento en el cual se dispondría todo para
comenzar la negociación de la Tregua de los Doce Años, para la cual cada uno
buscó la salida más ventajosa, tal y como era de esperar.

Sin embargo, las negociaciones para alcanzar una tregua beneficiosa para
ambos bandos volvieron a ser problemáticas, ya que no conseguían llegar a un
acuerdo. Asimismo, la aparición en 1609 de una nueva crisis política ahora en la
frontera de los Países Bajos, pudo haber truncado de nuevo las negociaciones.
Definitivamente, el 9 de abril de 1609, en el ayuntamiento de Amberes,
finalmente se estamparon sus firmas los delegados de España, Flandes y las

28 AGS Estado 8796:167-168, Juan Vivas al marqués de Villena, 27 de abril de 1607. Citado en
Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 247.

 

Provincias Unidas y los mediadores ingleses y franceses, con lo que la Tregua
de los Doce Años entra en vigor.

Según los puntos claves de la tregua, ambas partes conservarían los
territorios que poseían hasta el momento, excepto aquellos pueblos capturados
en la jurisdicción de ciudades enemigas, que serían restituidas al poder de las
mismas; se autorizaba el libre comercio dentro de Europa, mientras que fuera
de ella solo se comerciaría en los territorios del rey si se poseía permiso expreso
para ello; en cuanto a los territorios no europeos, la tregua entraría en vigor un
año después de la firma; por último, los holandeses poseerían los mismos
derechos y privilegios que los ingleses tenían, según lo estipulado en el tratado
de Londres de 1604.

Aun así, Felipe, que agotó los tres meses de plazo para ratificar el
tratado, no pudo evitar sentirse culpable por la firma de un tratado que dañaba
seriamente la honra de la corona hispánica, ya que, de nuevo, no habían
conseguido ninguna ventaja, salvo el cese de la guerra, mientras que los
holandeses, habían conseguido alcanzar la independencia, así como otra serie
de ventajas adicionales. De todos modos, el rey aún conservaba esperanzas de
que la paz solo fuera una opción temporal y que la guerra se podría reanudar
tarde o temprano.


 

CONCLUSIONES: EL ROL DE LA PAX HISPÁNICA EN EL
DEVENIR DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA

¡Oh, siglo felicísimo, admirado y suspirado incesablemente de los hombres del
muy alto y muy esclarecido Rey D. Felipe III el Grande, en quien todos, con
prosperidad jamás alcanzada, vinieron y descansaron de tales impulsos é
incidentes [...] por la paz del duque de Lerma, su gran privado, como la de
Numa Pompilio y Octavio Augusto!29

Así promocionaba Matías de Novoa, un propagandista del privado de
Felipe III la política de pacificación que este último y su valido, Lerma, habían
seguido durante los primeros diez años de gobierno. La llamada Pax Hispánica
fue denominada así debido a la comparación que se realizó entre el periodo de
paz creado por Octavio Augusto –la Pax Romana-y el ambiente de paz que la
política del monarca español creó en Europa.

Esta propaganda suponía un claro intento de dar una imagen de que la
Pax Hispánica había sido fruto de una política cuidadosamente tramada y
activista. Con lo cual, se deduce que las relaciones políticas en Europa aún se
hallaban determinadas por las decisiones que realizaban la monarquía
española.

Sin embargo, la situación era mucho menos idílica de lo que se podría
pensar a priori, ya que a pesar de la legalización de la paz mediante los diversos
tratados firmados a lo largo y ancho de Europa, existía una beligerancia
encubierta que minaba la continuidad de esta paz.

Esta paz general que recorría Europa daba lugar a que las potencias
dirigieran su actividad política y diplomática hacia la acumulación de fuerzas y

29 Matías de Novoa, Historia de Felipe IV, Rey de España, en: CODOIN, 77:653-654. Citado en Allen,
Felipe III y la Pax Hispánica, 317.


 

el fortalecimiento de sus respectivas posiciones, ocultas bajo las declaraciones
de los nuevos y venturosos tiempos auspiciados por la pomposa Pax
Hispánica30.

Aún así, el periodo no produjo un gran cambio en la realidad de la
monarquía, ya que la decadencia, como ya se ha comentado anteriormente
estaba ya sembrada y comenzando a germinar. El periodo de paz permitió que
España se mantuviera viviendo de la fama que antaño había avalado a la
monarquía, pero poco más.

En definitiva, la Pax Hispánica permitió a España mantener su posición
preponderante en Europa durante algunas décadas más, pero la situación era
absolutamente irrevocable. Felipe siempre tuvo en mente la posibilidad de
recuperar el poder que había poseído en el pasado, pero jamás pudo llegar a ver
hecho realidad ese deseo.

La monarquía de España cada año iba perdiendo su preponderancia a
ritmo más acelerado, a pesar de que el rey su privado intentaron que las cosas
marcharan bien. No obstante, ni la suerte ni las circunstancias propiciaron que
la monarquía hispana remontara el vuelo y volviera a ser la monarquía
poderosa de inicios del siglo XVI. La Pax Hispánica, simplemente, fue un inciso
para mantener la fama y el honor de la monarquía, ya trastocados de por sí.

30 Rivero Rodríguez, Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna, 107-108.


LA PAX HISPÁNICA DE INICIOS DEL SIGLO XVII


BIBLIOGRAFÍA


La bibliografía empleada en este trabajo se ha basado íntegramente en

referencias de índole manuscrita que se encuentran citadas completamente en la

relación que se expone a continuación, así como en las notas.

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